Esta resenha publicada no site espanhol Entrecomics comenta o mais novo lançamento do fantástico autor Português José Carlos Fernandes (o fantástico não é exagero). Por mais que discorde do tom crítico da resenha, coloco para vocês fazerem seu próprio julgamento. Confira:
Cuando Devir publicó a José Carlos Fernandes en España por primera vez, allá por 2002, me pareció un autor extraordinario. Creo que nunca había leído un cómic parecido a La peor banda del mundo, y me impresionó mucho el ambiente literario que envolvía el trabajo del portugués. No es solo ya que sus temas remitieran a Kafka, a Cortázar, a Auster y a Borges, sino que todo se revestía de un talante descriptivo donde la acción, la narración de hechos quedaba relegada a un segundo plano –desaparecía, más bien- para ceder el protagonismo al puro ámbito de las ideas, algo mucho más propio de la novela que del cómic. (inciso: si podemos hablar de que un autor de cómic practica una narración muy cinematográfica y todos nos entendemos y nadie pone el grito en el cielo, también podemos decir que otro practica un estilo muy literario. Lo que no convierte su obra a priori en mejor ni peor, pero que nos ayuda a encuadrarlo. Lo digo por el tema de los complejos y esas cosas que tan a menudo salen a relucir cuando, por algún motivo, cómic y literatura comparten la misma línea en un texto). Tampoco es que sus referentes fueran únicamente literarios, porque ahí se adivinaban también a Dave McKean o al Miguelanxo Prado de Quotidianía delirante.
Como decía, Fernandes me pareció extraordinario. Y después leí a Ben Katchor.
Y resulta que, de alguna manera, todo lo que había en Fernandes ya estaba prefigurado en Katchor: el estilo narrativo elíptico y descriptivo, los medios tonos, la ambientación retro, la utilización del absurdo como metáfora, el hombre, el edificio… Y, además, Katchor lo hacía mejor, daba la sensación de querer transmitir una idea más definida, mientras que Fernandes lanzaba sus dardos con los ojos vendados (pero los lanzaba, que ya es algo). En el colmo de la casualidad, han caído en mis manos casi simultáneamente Agencia de viajes Lemming y The cardboard valise, lo último de Katchor, y el paralelismo -o la convergencia- ha surgido de nuevo. La identificación de Fernandes con Katchor ha llegado a tal punto que en ambos libros encontramos la idea de unos urinarios públicos convertidos en atracción turística vacacional. Y por mucho Duchamp que pongamos por medio, ya es casualidad. No sé cuál de los dos se publicó primero (la obra de Fernándes comenzó a serializarse en un periódico portugués en 2005; la de Katchor también contiene fragmentos publicados aquí y allá durante los últimos años), pero dudo que podamos hablar de copia y me complace la idea de que se trate de una casualidad que encajaría perfectamente en una historieta de cualquiera de ellos.
Pero a lo que iba. Fernandes me fascinó en un primer momento. Después me desilusionó un poco el descubrir que no era el primero ni el mejor haciendo lo suyo, y esa segunda impresión se mantiene más o menos inalterada tras leer Agencia de viajes Lemming, porque sigo encontrando que Fernandes funciona más como catálogo que como libro de instrucciones (pero, al menos, no es libro de autoayuda) y también porque me parece que en esta obra ha estirado algunos momentos más de la cuenta y ha perdido densidad, muy posiblemente debido a la necesidad de publicar diariamente en un periódico. Continúan estas páginas la senda de La peor banda del mundo, ese reflejo en clave irónica del mundo en que vivimos, donde los escenarios absurdos que introduce el dibujante nos hacen primero sonreír y después fruncir el entrecejo, cuando barruntamos que estas historias de perdedores y perdidos no hacen sino poner de manifiesto el sinsentido de tantos usos y costumbres actuales que ya aceptamos resignados. ¿He dicho “el mundo en que vivimos”? Tal vez debería haber dicho “el mundo que nos rodea”, porque, como parece querer indicar Fernandes con su libro, el hombre moderno cada vez está más despegado de la realidad y sufre el síndrome del turista, algunos de cuyos síntomas son la despreocupación, el despilfarro, el conocimiento superficial de las cosas, el deseo de maravillarse ante hechos ciertamente prosaicos y la confianza ciega en el guía. En cualquier caso, en ocasiones es necesario hojear el catálogo de una agencia de viajes para darse cuenta de que, aquí y ahora, la mierda ya nos llega hasta las rodillas.
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